Debí haber sabido que la vida sería así. Cómo no me di cuenta antes (no quise ver quizás). Tanto tiempo pensando en cómo son las cosas en este momento de mi vida, tanta búsqueda de sentido... cuando en verdad todo se reduce a una simple aceptación: yo soy esa, la amante.
Esta es la historia de cómo llegué a serlo. Todo parte por querer serlo, sin que supiera aún todo lo que vendría después.
Primero fueron los detalles, esas pequeñas circunstancias del día que hacen que sea mucho mejor. Un café, por ejemplo, tiene el poder de hacerme parar por un momento, prepararlo, sentarme a tomarlo y disfrutarlo. De pasada se acompaña con buena música, con la que me guste a mí, y ahí ya está el segundo detalle. A veces, si eres afortunado, cuentas con un tercero, único en sí mismo: la compañía.
Así partí viendo lo que tenía a mi alcance, justo en frente de mí y me dispuse a disfrutarlos un día cualquiera (destaco el importante papel de la "disposición", pues no vemos hasta que queremos).
Luego comencé a sentir. Parto por saludar cada día al día, qué bueno que está ahí ¿no?. Agradezco también el atardecer, que me calma y me cuenta que hasta ahí todo va bien. Después la luna me visita algunas noches para que terminemos con broche de oro el día que quiso deleitarnos.
Me acostumbré entonces a estos elementos tan diariamente alcanzables. Ahora disfruto los días sintiéndolos, a pesar de la rutina que tenemos que vivir y que es parte de. (Confieso que tal vez la rutina me ayuda a apreciar mucho más los momentos de tranquilidad y simple bienestar de los que también está hecho el día)
Entonces, a estas alturas y habiendo reconocido mi condición de dependencia hacia estas pequeñeces, me considero una amante de los buenos momentos de la vida; de las calles llenas de gente tan distinta, de los días con sol o sin él, de la música en mi cabeza mientras viajo en metro, del café de la mañana para matar el frío o del de la tarde por puro gusto, de la visita inesperada de algún amigo que ande por aquí, de esa construcción antigua que me gustó tanto el otro día, del panorama espontáneo y del que resulta después de tanto esfuerzo, de la noche que me acoge después de un día difícil, de la voz de un ser querido por teléfono, de las experiencias nuevas, de los libros que no debieran faltar en el velador o en la cartera, de la película que hace tiempo quería ver, de este rato que llevo aquí sentada con café al lado y música de fondo, escribiendo lo que sentía y mirando por la ventana de vez en cuando.