"PERO EL MUNDO SOLO CAMINA HACIA ADELANTE Y NO AVANZAMOS SI NO DEJAMOS MUCHAS COSAS ATRÁS"
viernes, 17 de octubre de 2014
Extracto de "El Acto Fotográfico" - Philippe Dubois
¿Pues cómo saber entonces si lo que ahora veis sobre el papel fotosensible es lo mismo que habíais visto? Siempre es demasiado tarde. Siempre faltaréis a la cita. Sólo os queda la foto, frágil, incierta, casi extraña. Y es la foto la que literalmente se convertirá en vuestro recuerdo, ocupará el lugar de la ausencia. Y esto no dejará de inquietaros extrañamente.
miércoles, 15 de octubre de 2014
los ojos que morían y vivían.
Y ahí me encontraba, con la adrenalina atorada en la garganta, atrasado, apurándome para llegar a tiempo al momento más honorable de mi vida. Mis pies ligeros me llevaban rápido y las plumas de mi cabeza parecían ayudar. Todo el pueblo estaría ahí, ¿podría imaginar un honor más inmenso? El orgullo se tragaba al miedo.
Corrí tan rápido como pude, entre árboles y esquivando ramas. Alcancé la explanada y era hora de correr aún más rápido, la gente me observaba, comenzaba mi carrera hacia el altar y lo único en que pensaba era que llegaba tarde a mi propio sacrificio (cómo me iba a pesar en la otra vida).
Tomé mucho aire y corrí, corrí tan rápido como pude mientras a mis espaldas los arqueros comenzaban ya a lanzar sus flechas al aire, al viento. Sentí la primera en la espalda, me alcanzó por el costado izquierdo, dolió, pero seguí corriendo como pude (todo aquel elegido y digno del sacrificio sigue corriendo, pues su fortaleza está en su corazón). Llevaba más de la mitad del camino cuando me clavó la siguiente, arqueé la espalda, miré hacia el altar y seguí corriendo.
Llegué exhausto, sudaba y respiraba como si ya no pudiera abarcar más aire. Las flechas me dieron el coraje para llegar hasta ahí, era ciertamente digno de mi muerte. Los dioses esperan con ansias mi corazón joven, ha sido un camino honorable y me siento privilegiado. No tengo miedo, pues es mi destino y he estado esperando este momento.
Me recuesto en el altar de piedra, bajo la luz del Sol. El jefe alza el cuchillo que ofrecerá mi muerte, la gente expectante se siente a mi alrededor. El rostro pintado de mi verdugo se acerca a mí y pronuncia las palabras sagradas. Es hora de entregar el espíritu. El cuchillo clava mi pecho y sólo pienso en cómo me duele la espalda, las flechas están siendo aplastadas por ella, pareciera que más se clavan. Las manos del honorable están dentro de mi cuerpo y saca mi corazón lentamente, logro conocerlo difusamente, me desangro y mis ojos se cierran. La espalda arqueada me duele todavía, pero ya me estoy durmiendo, veo una lámpara, se cierran mis ojos y veo la luz de la tarde y las cortinas verdes, y me alejo de ellos y mi espalda sigue arqueada y rígida. Cierro los ojos para siempre y los abro en la pieza, la siesta ya se acabó.
Corrí tan rápido como pude, entre árboles y esquivando ramas. Alcancé la explanada y era hora de correr aún más rápido, la gente me observaba, comenzaba mi carrera hacia el altar y lo único en que pensaba era que llegaba tarde a mi propio sacrificio (cómo me iba a pesar en la otra vida).
Tomé mucho aire y corrí, corrí tan rápido como pude mientras a mis espaldas los arqueros comenzaban ya a lanzar sus flechas al aire, al viento. Sentí la primera en la espalda, me alcanzó por el costado izquierdo, dolió, pero seguí corriendo como pude (todo aquel elegido y digno del sacrificio sigue corriendo, pues su fortaleza está en su corazón). Llevaba más de la mitad del camino cuando me clavó la siguiente, arqueé la espalda, miré hacia el altar y seguí corriendo.
Llegué exhausto, sudaba y respiraba como si ya no pudiera abarcar más aire. Las flechas me dieron el coraje para llegar hasta ahí, era ciertamente digno de mi muerte. Los dioses esperan con ansias mi corazón joven, ha sido un camino honorable y me siento privilegiado. No tengo miedo, pues es mi destino y he estado esperando este momento.
Me recuesto en el altar de piedra, bajo la luz del Sol. El jefe alza el cuchillo que ofrecerá mi muerte, la gente expectante se siente a mi alrededor. El rostro pintado de mi verdugo se acerca a mí y pronuncia las palabras sagradas. Es hora de entregar el espíritu. El cuchillo clava mi pecho y sólo pienso en cómo me duele la espalda, las flechas están siendo aplastadas por ella, pareciera que más se clavan. Las manos del honorable están dentro de mi cuerpo y saca mi corazón lentamente, logro conocerlo difusamente, me desangro y mis ojos se cierran. La espalda arqueada me duele todavía, pero ya me estoy durmiendo, veo una lámpara, se cierran mis ojos y veo la luz de la tarde y las cortinas verdes, y me alejo de ellos y mi espalda sigue arqueada y rígida. Cierro los ojos para siempre y los abro en la pieza, la siesta ya se acabó.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)